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Comisión Recuperación y Preservación del Patrimonio Documental

La conservación preventiva: un cambio profundo de mentalidad

La conservación preventiva: un cambio profundo de mentalidad
Gaël de Guichen

Conservación, restauración, preservación. Para algunos, palabras utilizadas indistintamente y para otros al contrario, con significados bien específicos.

De hecho, es curioso ver que la profesión jamás ha definido estos términos, cosa que por su parte, tampoco hizo la mayoría de los organismos nacionales o internacionales.
Como ejemplo es suficiente tomar al ICCROM (Centro internacional de estudios para la conservación y la restauración de los bienes culturales) cuyo nombre indica claramente dos orientaciones diferentes: la conservación y la restauración.
El Consejo Internacional de Museos -ICOM- por su parte, tiene un Comité internacional de Conservación ¿pero quién se ocupa entonces de restauración?
A nivel nacional, y para no citar más que dos países: Italia tiene un Instituto Central de Restauración. ¿Eso quiere decir que en Italia no existe la conservación? mientras que Canadá, tiene un Instituto Canadiense de Conservación, lo que daría a entender que allí la restauración no tiene lugar.

La conservación preventiva se implanta
No es mi intención entrar en un debate terminológico dado que, para complicar la situación, una nueva expresión es frecuentemente utilizada: la “conservación preventiva”. ¿Es ella un escape hacia adelante, un truco de prestidigitador, un nuevo chiche de moda, o un concepto importante que nos va a obligar a modificar nuestros hábitos, nuestro modo de trabajo y que, por eso, deberá ser introducido en los cursos de formación de toda persona que se proponga trabajar en un museo?

De hecho, el concepto no es verdaderamente nuevo. Estuvo en el aire durante largo tiempo, muy largo tiempo. Ya en el siglo XIX, Adolphe Napoléon Didron escribía: “Conservar lo más posible, reparar lo menos posible, no restaurar a ningún precio”, dejando entender que se debería intervenir lo menos posible sobre el objeto para asegurar la autenticidad de su mensaje.

En el curso de ese siglo, con la apertura de numerosos museos, el desarrollo de las colecciones existentes y la creación de nuevas colecciones, la masa de los objetos sobre los que “habría que intervenir” aumentó tanto que el restaurador clásico fue rápidamente desbordado por la amplitud de la tarea, cuando no estaba únicamente absorbido en la preparación de los objetos seleccionados -¿deberíamos envidiarlos o tenerles lástima?- para una exposición temporaria o partiendo para una exposición itinerante. Lo que es cierto es que en un número muy importante de establecimientos, una masa de objetos se encontró acumulada, sin inventariar, abandonada en locales con frecuencia malsanos y, a medida que pasaba el tiempo, esas colecciones sufrieron daños irreversibles.

En los años 1970, Garry Thomson, en vista de los problemas creados por la instalación tan sistemática de la climatización en las galerías de pintura, demostró la importancia del control del clima en torno de las colecciones. Lo mismo hizo con la luz. De esta época data el dicho:
“un mal restaurador puede destruir un objeto por mes, pero un mal conservador puede destruir una colección entera en un año”

Ante la amplitud de las destrucciones constatadas y documentadas, el ICCROM lanzó un curso de reciclaje de tres semanas sobre la conservación preventiva, y Museum publicó un número especial titulado “La conservación, un desafío a la profesión” (Vol. XXXIV Nº 1, 1982)
La idea de que habría que cambiar de actitud si se quería asegurar un futuro a las colecciones, fue ganando terreno lentamente, pero faltaban una reflexión organizada y una puesta en práctica.
Es pues reconfortante constatar, que desde hace tres años han aparecido signos muy alentadores.

Primer signo:
Un reconocimiento de la disciplina “conservación preventiva” con la realización de dos congresos: uno organizado en la UNESCO por la ARAAFU (Asociación de Restauradores de Arte y de Arqueología de Formación Universitaria) del 8 al 10 de Octubre de 1992, y el otro en Ottawa por el IIC (Instituto Internacional para la Conservación de las Obras Artísticas e Históricas) del 12 al 16 de Septiembre de 1994. De esta manera el mundo francófono y el mundo angloparlante, deseosos de saber más, pueden remitirse a las 88 comunicaciones que ilustran los conocimientos y las orientaciones vigentes en este campo.

Segundo signo:
El lanzamiento en 1991, en Holanda, del programa nacional de salvaguarda de las colecciones, con el Plan Delta, que iba a servir de modelo a numerosos países.
Tercer signo:
El lanzamiento de un programa de Prevención en los Museos Africanos –PREMA-, que se aplica a 32 países y se hará en 14 años.
Cuarto signo:
La creación, en 1994, de un diploma de estudios especializados en conservación preventiva, en la Universidad de París I donde, por un año, son aceptados conservadores, arquitectos, restauradores, ingenieros, que van a especializarse en la disciplina.
Otros signos deberían ser mencionados en el ámbito local, por ejemplo, la creación de un cargo “conservación preventiva” en los grandes museos e institutos.
¿Cómo definir hoy la conservación preventiva?
Sin duda alguna, y sin estar definida, la conservación preventiva se ha instalado en los museos. Es urgente delimitarla y definir su objetivo.
Por mi parte, yo diría que la conservación preventiva es “el conjunto de las acciones destinadas a asegurar la salvaguarda (o a aumentar la esperanza de vida) de una colección o de un objeto”
Algunas de esas acciones serán directas, otras indirectas. Algunas serán muy generales (adopción de una ley), otras muy específicas (control de la luz). Ciertas acciones, finalmente, serán tarea del administrador (provisión de los fondos necesarios, definición de un cargo de conservación preventiva), del arquitecto (elección del tipo de materiales para el edificio), del conservador (implementación de un plan de conservación preventiva global, de un inventario, rechazo o aceptación de préstamos de objetos sensibles), del restaurador (encuesta de conservación) y también de los educadores (sensibilización del público a los problemas de la salvaguarda de las obras). De hecho, todo el personal de un museo tiene, cualquiera sea su cargo, responsabilidades de conservación preventiva.

La conservación preventiva parte de la constatación que todo objeto puede desaparecer en cualquier momento y que con él desaparece un mensaje que el personal de museos tiene la responsabilidad de transmitir (y dicho sea de paso ¡se le paga para hacerlo!).

La conservación preventiva requiere un cambio profundo de mentalidad:
Quien ayer pensaba objetos, hoy debe pensar colecciones.
Quien pensaba salas, debe pensar edificios.
Quien pensaba semanas, debe pensar años.
Quien pensaba personas, debe pensar equipos.
Quien pensaba gasto a corto plazo, debe pensar inversión a largo plazo.
Quien pensaba estrecho, debe pensar amplio.
Quien pensaba en el día a día, debe pensar en programa y prioridades

La conservación preventiva consiste en tomar un seguro de vida para el futuro de las colecciones.
Sólo las especies desarrolladas se aseguran sus bienes para el porvenir.
Ya es tiempo que en los museos nos comportemos como tales.

1 comentario

eduardo -

esta muy bien la info